El Fiat verde de Cololo

Frente a mi casa vive Cololo. Es alto, pelirrojo, muy amable y simpático. Cololo tiene una pasión: los automóviles. Cuando comenzó a trabajar, lo primero que hizo fue ahorrar para poder comprar su propio automóvil. Después de varios años finalmente logró su objetivo: Se compró su primer auto: un Fiat 600 verde usado que estacionó alegremente frente a su casa.

Para Cololo su auto era lo más importante. Había que ver el entusiasmo que ponía en hacerlo lucir “como un cero kilómetro”. Todas las tardes, al volver de su trabajo, salía con una manguera, un cepillo y un balde con agua jabonosa y lo lavaba, lo enceraba y lo lustraba hasta ver su propia imagen reflejada en la carrocería verde como si fuera un espejo.

Nadie se podría imaginar los gritos que lanzaba cuando un pajarito le ensuciaba el auto. - ¿Será posible? ¿Tienen que volar justo sobre mi auto?- Los gritos de Cololo se escuchaban a una distancia de doscientos metros.

Pero la misma energía que invirtió en el cuidado de su Fiat, no la puso en aprender las normas de tránsito. Puedo decir que a Cololo su automóvil le cambió la vida.

En Enero, vi a Cololo con la frente envuelta en una venda y un parche en un ojo.- ¿Qué te pasó Coloco?- Le pregunté sorprendido. Cololo, con lágrimas en los ojos me dijo:- Salí a pasear en el Fiat, cuando de repente, se me cruzó un perro. Frené de golpe, no quería atropellar al perrito, pero como no me había puesto el cinturón de seguridad, me golpeé la cabeza contra el parabrisas y terminé en el hospital. Lo peor de todo es que mi sueldo lo voy a gastar en arreglar el auto- y agregó- ya que estás ¿no me prestarías cincuenta pesos? Para Cololo, esto era una tragedia. Una tragedia evitable.

A fines de enero ya Cololo estaba recuperado y su Fiat lucía refulgente. Pero llegó Febrero y otra sorpresa. Esta vez, Cololo no estaba herido. Había usado el cinturón de seguridad, pero la parte delantera de su Fiat estaba completamente hundida. Cuando le pregunté por el auto, Cololo me dijo: Salí a dar una vuelta y de pronto, sonó el teléfono celular. Cuando quise atender el teléfono, se me escurrió entre las manos y al agacharme para tomarlo, debo haber hecho una mala maniobra y me incrusté contra un árbol. Por suerte no pasaba nadie sino el daño hubiera sido mucho peor- contestó entre asustado y alarmado. Por supuesto me pidió que le prestara cien pesos. Cuando se los di prometió que nunca más atendería el teléfono celular mientras condujera.

Esta vez, Cololo tardó unos cuantos meses en arreglar el vehículo de sus amores. Creo que fue en Mayo cuando volví a ver a Cololo lustrando nuevamente  su Fiat 600 verde en la vereda.

Pero el lustre no duró mucho. En Junio, el Fiat lucía una abolladura en su costado derecho. Si algo tenía de bueno Cololo es que no mentía. Avergonzado, admitió que pasó un semáforo en rojo. Esta vez no solo debía gastar su sueldo en abonar una  multa debido a la infracción de tránsito. Debía pagar el arreglo del vehículo que lo chocó o ir a juicio. Recién cuando cumpliera esas obligaciones podría llevar su Fiat verde al taller mecánico. –Creí que no venía nadie- Dijo desconsolado. –Las reglas de tránsito no son como los ovnis o los fantasmas, que tú puedes creer o no en ellas. Están hechas para ser cumplidas- le respondí. –Bueno…bueno… –Dijo Cololo- No volverá a ocurrir. Ya que estamos… ¿No me prestarías trescientos pesos para el arreglo?- Se los presté bajo  la promesa que sería respetuoso de las normas de tránsito y no cometería más infracciones o no le prestaría ni un peso más.

Cololo  además de vecino, era un amigo. Me daba pena ver como  aprendía a los golpes. Golpes físicos y económicos. Por esa razón lo ayudé a pagar los arreglos. Esta vez tardó hasta Navidad en arreglar al amor de sus amores.

Confiado en que ya había aprendido todo lo que debía, Cololo entusiasmado salió a la ruta. No habían pasado cuatro horas cuando una grúa amarilla depositaba el Fiat 600 verde abollado en todo su perímetro frente a su casa.

Fui a visitarlo al Hospital. Aunque por suerte no estaba mal herido, todavía estaba confundido. Parece que no había estudiado todas las normas. En especial las que explican claramente La distancia prudencial de manejo y cuando no se debe sobrepasar a otro vehículo. Por eso su Fiat verde terminó dando tumbos en la banquina.

La compañía de Seguros  dijo que era preferible vender al Fiat como chatarra. Una triste desilusión para Cololo, pero un riesgo menos para peatones, perros y vehículos.

Cololo vendió su auto como chatarra y con lo obtenido  pagó todos mis préstamos. Luego prometió que por un tiempo se va a dedicar a la jardinería.

Fin

por Mirta Fenandez