La leyenda de los gansos sagrados

Hacía tiempo que el pueblo galo de origen celta se había instalado en la actual Francia.

Este pueblo nómada, de hombres rubios, altos y de ojos azules se trasladaba cada vez más hacía el sur atraído por mejores pasturas y un clima más propicio. Eran feroces y dueños de una depurada destreza para el combate acompañada de atemorizantes gritos de guerra, destrozaban cualquier resistencia.

Primero cruzaron los Alpes, y más tarde atraídos por la fructífera Italia y por el vino, se animaron a cruzar los Apeninos.

Cuando los romanos tomaron conciencia del avance de estos bárbaros, escaparon, buscando refugio en los pueblos vecinos. Los más jóvenes, se atrincheraron en la ciudadela del capitolio con los tesoros y víveres de todo tipo para resistir el ataque.

En el foro se quedaron los ancianos venerables, revestidos con sus mejores galas para enfrentar el sacrificio si ese era el deseo de los dioses.

Los galos se sorprendieron al encontrar al grupo de ancianos romanos. Por su actitud majestuosa parecían dioses. No sabían como actuar hasta que a uno de los galos se le ocurrió tocar la barba de Marco Pipireo, y éste le respondió golpeándolo con su cetro. Este hecho dio lugar a una carnicería, ya que los galos reaccionaron matando a todos los patricios que encontraron y cuando no hallaron a nadie más para matar, prendieron fuego a los edificios.

Los galos no habían llegado todavía a la ciudadela del Capitolio, y los romanos que allí estaban dormían confiados en su fortaleza. Cuando los galos encontraron la senda hacia la ciudadela comenzaron a trepar la escarpada ladera con dificultad durante la noche y en el más absoluto silencio para no alertar a sus moradores.

En el centro del capitolio, estaba emplazado el templo de Juno, cuya estatua había sido traída de Veyes. En ese templo había un corral con muchísimos gansos, las aves consagradas a la diosa.

Estos gansos, ni bien escucharon el más leve ruido comenzaron a graznar alertando a los centinelas y cuando los galos se asomaron sobre las rocas, los gansos los atacaron a aletazos.

Los gansos de Juno salvaron a la ciudadela y desde entonces se los cuidó con mucho más esmero, prohibiéndose su sacrificio.

por Mirta Fernandez